En los años de guerra la persona solo era tomada como un instrumento, como un objeto, no como sujeto y sin dignidad. Emmanuel Lévinas vivió esos momentos críticos de la segunda Guerra Mundial, en la cual sufrió la pérdida de su familia. Lévinas, se preocupa por esta situación en el que el Estado, la política y la filosofía han hecho a un lado a la persona. Por eso hace un análisis de toda la filosofía, después comienza a crear una filosofía altamente original, dejando a un lado la ontología y se preocupa más por la ética. Y es así que comienza su interés por la persona y destierra el ser como objeto de estudio. ¿Cómo entiende Lévinas la persona? ¿Cómo se entiende la relación que hace entre el lenguaje y la ética? La persona en Lévinas, es el otro, es el rostro del otro. El lenguaje llama al yo a una relación que va más allá de la pura comunicación de contenidos, a un lugar de encuentro con el otro, el lenguaje es la relación de responsabilidad con el otro, es relación ética. Porque aquello esencial del discurso no es tanto aquello que se dice, es decir, de lo que conozco, sino el hecho de responder, el tener una actitud ética de servicio. Lo más importante en la relación del yo con el otro no es la conciencia sino el servicio, el otro es el señor y el yo es su siervo. Se entiende como que si la libertad del yo fuera condicionada por el otro, como que si el yo no tuviera libertad. Más adelante aclararemos este punto, de que el yo si tiene libertad, al actuar de esta manera.
La relación del otro con el yo, se da también a través del rostro del otro. El otro habla como rostro. Pero ¿Cómo entiende Lévinas el rostro? ¿Será que es el semblante de la faz o es la presencia percibida por los sentidos? No es ni el semblante de la cara ni la presencia percibida, no es la conciencia, sino la escucha humilde del yo. Entre el yo y el otro se da un encuentro en la cual podemos distinguir dos actitudes en el que el yo se juega su existencia: 1) tomar una actitud ético de escucha, 2) o verlo y conceptualizarlo como Heidegger en la ontología, reducirlo a pura conciencia. Podemos ver en el relato del Evangelio de Lucas (cf. Lc. 10, 25-37) un claro ejemplo, donde se nos emplaza las actitudes ante el otro, previamente la actitud del sacerdote y el levita que lo vieron y lo tematizaron, es la actitud ontológica; en cambio el samaritano tuvo una actitud ética, su conciencia se contundió y le escuchó, le sirvió. Aquí se da una relación asimétrica, es decir una actitud original. Otro ejemplo, es la invitación del Apóstol de los gentiles cuando dice: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2, 1 -11). En este relato el Apóstol nos recuerda las palabras de los evangelios de Mateo y de Marcos que Jesús “sintió compasión” por la gente (cf. Mt 14,13-21; Mc 6, 32-21). Pienso que, la actitud ética de escucha, en otras palabras es la compasión que se debe tener para con el otro, aunque Lévinas no maneja esta palabra, pero lo podemos entenderlo así. Puesto que, para Lévinas el rostro no es un objeto que podamos conocer, describir y manipular a nuestra arbitrariedad, el rostro es del orden de la trascendencia, del infinito, y del absoluto que se nos escapa y el cual nos toca servir. Entonces el acceso al rostro no es del orden del conocimiento, sino de la ética. La relación con el rostro puede estar ciertamente dominada por la percepción, pero lo que es específicamente el rostro, es lo que no se reduce a él.
Lévinas habla de la desnudez y del hambre del rostro que me mira y esa mirada es la epifanía del rostro como rostro, que introduce la humanidad: que me pide ayuda. La respuesta ha de ser la justicia, pero no de reciprocidad, sino asimétrica, ya que reconocer al otro es dar al maestro, al señor. Es ser llamado a la responsabilidad, que es salida del yo hacia el otro, que el otro mismo provoca en mí. El rostro es discurso.
La epifanía del rostro es una epifanía de la palabra, por el mismo hecho de escucharlo.
«La epifanía del rostro es ética. La lucha con la que este rostro puede amenazar presupone la trascendencia de la expresión. […] Pero así es cómo la epifanía de lo infinito es expresión y discurso. La esencia original de la expresión y del discurso no reside en la información que darían acerca de un mundo interior y oculto. En la expresión un ser se presenta a sí mismo. El ser que se manifiesta asiste a su propia manifestación y en consecuencia me llama. De suerte que, en la expresión, el ser que se impone no limita» (E. Lévinas, Totalidad e infinito.),
«sino que promueve mi libertad, al suscitar mi bondad. El orden de la responsabilidad en el que la gravedad del ser ineluctable congela todo reír, es también el orden en el que la libertad es ineluctablemente invocada, de suerte que el peso irremisible del ser hace surgir mi libertad. Lo ineluctable no tiene ya la inhumanidad de lo fatal, sino la severa seriedad de la bondad». (E. Lévinas, Totalidad e infinito.)
Esta relación del yo con el otro comienza con el cara a cara, pero no es perceptible, es lingüística, al rostro no lo veo, le hablo, no contemplo, le converso.
Lévinas le da el nombre de ética a esta relación. Un rostro concreto que se me dirige y que nunca podrá ser entendido por el conocimiento, es un rostro que solicita mi responsabilidad. Responsabilidad que debe ser cumplida y perfeccionada para velar con las necesidades del otro.
«Al desvelamiento del ser en general, como base del conocimiento, como sentido del ser, le antecede la relación con el ente que se expresa; el plano ético precede al plano de la ontología» (E. Lévinas, Totalidad e infinito).
He aquí la ética como filosofía primera.
Por: Felipe Lejá Quiacaín
Estupenda síntesis, expuesta de modo ordenado. Falta de profundización en algún aspecto específico.
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